Ha muerto. Son sólo dos palabras, dos palabras que cuando no
son sobre nosotros o alguien que conozcamos no nos supone trabajo decirlas.
Las palabras son sólo eso, palabras, pero cuando pronuncias
“ha muerto” es como si de repente un peso enorme se echara sobre tus hombros,
por lo que empiezas a buscar sinónimos, a darlo a entender, a poner puntos
suspensivos a tu vida.
Y quieres llorar. Lo primero de lo que te das cuenta
entonces es de todas esas cosas que ya no podrás hacer con esa persona, de qué
fue lo último que le dijiste, de cuándo fue la última vez que la viste. En ese
momento piensas racionalmente, más o menos.
Después es cuando empieza el problema. No sabes cómo se
supone que tienes que actuar, cómo debes mostrarte ante los demás. Porque ese
primer momento lo es todo. Pero en ese momento quién menos sabe lo que sientes
eres tú. Y entonces, cuando menos te lo esperas, porque ya no es el momento,
llegan las lágrimas.